Esta es la tercera y última parte de un sermón de Andrew Bonar sobre la conversión infantil ( Parte 1, Parte 2)
En relación con el deber de aceptar a Cristo, debemos tratar con los niños tan cercana y seriamente como con la gente mayor. La diferencia es considerable, no cabe duda, en el método que tomamos con los jóvenes que con los adultos. En el caso de los primeros, nosotros no tenemos dificultades metafísicas con las cuales lidiar. Sin embargo, en ambos casos encontramos la misma necesidad de ser como Natán en su parábola; necesitamos mirar cara a cara tanto al viejo como al niño y decirle: “Tú eres esa persona”. ¿Vas a aceptar al Salvador que ha salvado a tantos tomando el pecado de ellos sobre sí mismo y sufriendo el castigo merecido por ellos? Se necesita un trato personal; tratar con cada uno individualmente.
En la primera parte del siglo XIX había asociaciones de Escuela Dominical en Edimburgo y otros lugares, que consistían de hombres con un corazón cálido y que se deleitaban en mostrar el Evangelio a otros. Éstos dirigían sus principales esfuerzos a la conversión de niños. Hemos escuchado a algunos de estos cristianos del pasado contar cómo nunca dejaban pasar una clase sin extraer el evangelio de la lección del día, tratando de llegar a sus corazones con ilustraciones apropiadas. No se contentaban con despacharlos a orar; los enviaban a Cristo en ese mismo instante. El resultado fue que muchos fueron guiados a Cristo a una temprana edad en las Escuelas Dominicales. Hemos oído de casos asombrosos que ocurrieron, tales como el caso de una conversión indudable de un niño de cuatro años de edad. Pero preguntamos una vez más: ¿por qué en nuestros días muchos ven con suspicacia los casos de conversión a una temprana edad?
- Una razón parece ser el que sospechan que cada manifestación de deleite y amor hacia Cristo en estos niños es un asunto de sentimientos y no de fe. Si esto fuera así, ellos tendrían buenas bases para su escepticismo. Pero nosotros aseveramos que la evidencia prueba lo contrario; porque estos niños presentan una evidencia total de fe en el Señor Jesús, y nos quejamos de que aquellos que lo dudan no se han esforzado lo suficiente para indagar la verdad. Obtienen su información de segunda mano. Ellos no van y se familiarizan con los casos de manera personal.
- Otra alegada razón para sus dudas es que estos niños no manifiestan santidad de la misma forma en que lo hacen los adultos. Bueno, eso es cierto; pero el juego de los niños y la jovialidad natural de los niños, no debe interponerse ante nuestra creencia de una verdadera conversión en sus vidas, más de lo que produciría el ver el gran afán y ansiedad de los adultos por sus negocios. Los niños con conciencia en el aprendizaje, que son justos en los juegos y controlados en su temperamento, pueden ser una buena prueba de que la santificación ha comenzado, así como en el adulto lo es su integridad y firme adherencia a los principios en asuntos de negocios. Es muy cierto que en el caso de un niño podamos más fácilmente confundir sentimientos por fe, más que en el caso de un adulto; pero esto sólo requiere de una atención paciente y mucha cautela de parte nuestra; estas cosas no desacreditan la realidad de la fe en el caso de aquellos que la manifiestan, ni las evidencias de fe de aquellos que tenemos la oportunidad de conocer.
¿No debemos pedir, entonces, a la iglesia de Cristo, que albergue expectativas con respecto a la conversión de los niños, mucho mayor de la que ha mostrado en el pasado? ¿No hemos caído en la costumbre de enseñar en nuestras Escuelas Dominicales y en nuestras familias cuán grande y gloriosa salvación se nos ha provisto, y qué precioso y poderoso Salvador tenemos, sin urgirlos lo suficiente para que hagan de todo esto algo suyo también? Hemos tratado con los adultos y ancianos con mucho fervor, sin aceptar excusas e insistiendo en una inmediata aceptación de Cristo, pero no hemos querido tratar igual con los más niños que ya pueden entender. Si el Señor trabaja mediante instrumentos adecuados, entonces procuremos ver que estamos tomando el camino correcto para traer bendición a los más jóvenes. Como regla, el Señor no convierte almas con la ausencia de medios, ni sin la utilización de instrumentos apropiados y correctos. En tierras paganas, las almas perecen porque nadie les enseña a los pecadores el camino de la vida. En nuestros propios vecindarios, hombres y mujeres morirán sin convertirse, si nadie acude a ellos buscando ganar sus almas. Así también en nuestras escuelas dominicales y en nuestras familias, los niños crecen sin convertirse porque no se trata con ellos de una forma más personal. ¿No estamos dejando perecer las almas de los pequeños, al no levantarnos nosotros mismos a participar en este modo personal de aplicar la verdad?
Señor, afila nuestra hoz cuando vayamos a recoger tu cosecha entre los niños; porque hemos oído a nuestro Señor decir: “¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (Mt. 21:16)
Fuente: http://www.iglesiareformada.com/Bonar_Conversion_Ninos.html